jueves. 19.09.2024
CINE

Una tumba en Kensico

Los aficionados al cine tienen apuntado, a buen seguro, los próximos meses en rojo. Llega la época de los premios y las nominaciones. Pero ¿somos conscientes de que dos de las figuras claves de la historia del Séptimo Arte estuvieron inspiradas, en buena medida, en un español de vida tan infortunada como interesante?. De un hombre que, además, acabó quitándose la vida, y que rememoramos al final de la semana en que se ha celebrado el Día de Prevención del Suicidio.

Tumba de Marcelino Orbés en Kensico (New York)
Tumba de Marcelino Orbés en Kensico (New York)

El cadáver de un hombre que apenas superaba la cincuentena de años es encontrado en un hotel de New York. Se ha suicidado, y su situación económica es paupérrima. Apenas seis dólares componen sus pertenencias.  En la práctica, un indigente que no tiene quien sufrague los gastos de su entierro. Sin embargo, y para sorpresa de los lectores más jóvenes del New York Times, la muerte de aquel pobre hombre llega a la portada del rotativo neoyorquino. Y aunque es un sindicato profesional el que paga esa anónima y modesta tumba en el cementerio de Kensico, su admirador más ferviente envía una hermosa corona de flores, en gratitud quizá por haberle servido de inspiración para encontrar su camino en la vida.

Pero ¿Quiénes eran el muerto y quien su admirador?. Empecemos por el primero. Hijo de un caminero, Marcelino Orbés nace en la localidad oscense de Jaca en 1873. Su familia busca pronto prosperar y se dirige a Barcelona. Ahí, el joven Marcelino entra en contacto con un grupo de artistas circenses, Los Martini. Inicialmente lo hace como acomodador, pero a posteriori se convierte en acróbata y payaso, la profesión que le reservaría un hueco en la posteridad. O como domador de elefantes, como bien demuestra en el Circo Alegría de la capital catalana y en el Circo Price de Madrid. Ahí, incluso, llega a salvar la vida del Rey Alfonso XII. Marcelino se percata de que uno de los elefantes se dirige al público más cercano a la pista, entre los que se encuentra el monarca español. Una acrobacia suya, llamando la atención del animal, salva la vida del Rey, que no duda en condecorarle al día siguiente.

Marcelino Orbés, payaso
Marcelino Orbés, payaso

Son sus mejores años. De ahí, al Reino Unido, donde en 1904 debuta en un espectáculo junto a los hermanos Fratellini y uno de sus célebres admiradores, el que pagó la corona de flores. Comparte escenario con el gran Henry Houdini. Pero el gran sueño americano llama a sus puertas y no rehúye la oportunidad. Comenzando el pasado siglo, parte desde las islas a Estados Unidos; cuentan que los niños, henchidos de pena, corrieron llorando a despedirle al puerto de Southampton. Nueva York se le entrega. Llena a diario el teatro Hyppodrome, con más de 6.000 personas viendo sus peripecias, sus bailes de pie y sus acrobacias con un bastón a diario. Son sus días de vino y rosas. Pero todo está a punto de cambiar.

Postal del teatro Hippodrome de New York, cuyas más de 6.000 plazas llenaba Marcelino cada noche
Postal del teatro Hippodrome de New York, cuyas más de 6.000 plazas llenaba Marcelino cada noche

Sus jóvenes admiradores no dudan en sumarse a la nueva moda, el cine. Lo prueba, pero no le gusta. El prefiere resistirse. Se equivoca. Una serie de inversiones ruinosas, su apego al escenario antes que al Séptimo Arte y una serie de excentricidades arruirnan su capital y sus dos matrimonios. Aplastado por la vida, el payaso se suicida en 1927.

Unos años antes, uno de los hombres que admitirían que el aragonés era el mejor clown de todos los tiempos, participa en la fundación de una empresa revolucionaria: United Artist. La idea es que los beneficios, ya industriales, del cine repercutan más en los creadores y menos en las cuentas de los grandes estudios. La entidad dura hasta 2019, y produce títulos como Apocalipse Now, El Bueno, el Feo y el Malo, la saga de Rocky o, más recientemente, Hotel Rwanda. Entre otros muchos. Los dos admiradores de Orbés intervienen, a mediados de los 50, en una película imprescindible en la historia del cine: Candilejas. Calvero, aquel payaso olvidado por el público que se enamora perdidamente de una joven a la que salva la vida, no es sino la recreación de Marcelino. La película está escrita, protagonizada y dirigida por quien le pagó la corona de flores: Charles Chaplin. Otro ferviente admirador del aragonés, Buster Keaton, participa en el largometraje.

Charles Chaplin, en primer término, y Buster Keaton en un fragmento de 'Candilejas'
Charles Chaplin, en primer término, y Buster Keaton en un fragmento de 'Candilejas'

Por cierto, que le supone a Chaplin el Óscar más tardío de la historia. Se estrena en 1952, en plena explosión del McCarthysmo  El enardecido -e imprescindible- discurso final de El Gran Dictador le vale al británico ser considerado como comunista. No sería hasta 1972, tras que Candilejas se estrene por fin en Estados Unidos (requisito imprescindible para optar a un Premio de la Academia de Hollywood) , cuando el viejo Chaplin recoge el Oscar a la mejor Banda Sonora en medio de veinte minutos de ovación: la mayor de la historia de los galardones. Su personaje en el largometraje ya lo dice: el tiempo es el mejor autor; siempre encuentra el final perfecto.

Un emocionado Charles Chaplin recibe el mayor aplauso de la historia de las ceremonias de entrega del Óscar
Un emocionado Charles Chaplin recibe el mayor aplauso de la historia de las ceremonias de entrega del Óscar

 

Y la duda, volviendo a aquello de los malabares con los pies y el bastón que le enseñó nuestro compatriota. ¿Hubiera habido Charlot sin Marcelino?.  ¿El modelo de negocio que fue una revolución en el Séptimo Arte sin que Chaplin hubiera querido ser como Orbés? ¿Hubiera sido posible uno de los mayores iconos del cine y de la cultura mundial en los últimos años sin la inspiración de aquel español cuyo cuerpo cubre una modesta tumba en Kensico?.

Una tumba en Kensico