lunes. 06.05.2024

Hubo un día en el que alguien tuvo la feliz idea de juntar a Silvester Stallone o Michael Caine con Osvaldo Ardiles o Pelé. La finalidad no era otra que "Evasión o Victoria" (1981), una película considerada de culto para los amantes del cine y el fútbol. La película cuenta la historia de un grupo de prisioneros de los nazis en la II Guerra Mundial que aprovechan un partido de fútbol para escaparse de sus opresores.

Es una película con final feliz, pero inspirada en unos hechos reales desgarradores y que tienen lugar en el mismo estadio donde España jugó -posiblemente- el mejor partido de su historia. Aquel 4-0 a Italia en la final de la Euro 2012. En las puertas del Estadio Olímpico de Kiev, hoy Valery Lobanovsky en honor al viejo zorro de los banquillos soviéticos. Hace ochenta años, estadio Zenit.

Que los regímenes totalitarios no han dejado escapar la ocasión de manejar las emociones de la gente a través del deporte, es algo conocido. Y en un deporte tan pasional como el fútbol, mucho más. Tal vez España tuvo la ocasión de estrenar antes su casillero de Mundiales de no cruzarse con una Italia, la de Meazza y Pozzo, que estaba obligada por Mussolini a ganar o morir. Cuentan quienes vieron jugar a Matías Sindelaar que era el mejor de su generación; las dudas sobre su muerte por inhalación de gas días después de negarse a jugar con Alemania y hacerlo con Austria persisten hasta nuestros días. Confundir superioridad política con triunfos en el campo es algo que sigue. Ejemplo: el debate sobre si la Francia de 2018 ganó con ciudadanos franceses o lo hizo con africanos de adopción aún permanece. El triunfo de los galos llegó con Marine Le Pen en pleno auge político. Veinte años antes, su padre, Jean Marie, decía no verse representado por una selección cuya principal estrella, Zinedine Zidane, es hijo de un inmigrante argelino.

Pero volvamos a la década. A una Unión Soviética que sufre las acometidas nazis, que en el verano de 1942 dominaban Ucrania. Una tierra en la que el Dinamo de Kiev se había disuelto ante el horror de la contienda, pero cuyos jugadores seguían manteniendo ciertos contactos entre ellos. Y por aquello de "mantener alta la moral de la tropa", los alemanes empiezan a organizar partidos contra equipos locales.

 

Buscaron jugar contra un equipo de campesinos y panaderos, el Start F.C., constituido por ex jugadores del Dinamo para medirse a distintas guarniciones. Pero en aquel agosto de 1942, los ucranianos van dando buena cuenta de sus rivales, con goleadas cada vez más humillantes para los alemanes. Un partido tras otro, los locales ganan, para euforia de una población local que veía en el triunfo futbolístico una esperanza para vencer al invasor en el frente.

 

Conscientes del subidón de moral de los locales, los nazis deciden intervenir. Habrá otro partido, pero o hay victoria de los alemanes o hay consecuencias. Incluso ponen como árbitro a un oficial de las S.S. Ni por esas: el Start F.C gana por 5-3. En la última jugada, incluso, uno de los futbolistas locales se niega a continuar y arroja el balón a un eufórico público, al que los nazis querían humillar con una victoria que no pudieron lograr.

Fue el penúltimo encuentro del Start, que ya de por si jugaba con peores medios materiales y con jugadores en mal estado de nutrición. El último llegaría una semana después, sin público y con victoria por 8-0 para los ucranianos. Fue definitivo. Unos días después, y dada la vinculación del Dinamo con la policía soviética, varios jugadores son arrestados. Nikolai Korotkykh muere torturado por la Gestapo esa misma noche. Ivan Kuzmenko, Oleksey Klimenko, Mihael Keehl y el portero Mykola Trusevich lo harían meses después en un campo de concentración. Fedir Tyutchev, Mikhail Sviridovskiy y Makar Goncharenko sobreviven. Como al mensajero del Rey Leónidas en las Termópilas, a ellos les corresponde contar la historia para las generaciones venideras. La historia de un partido en el que, al final, la muerte fue la única ganadora

 

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Victoria sin evasión