El amor no se esconde y menos aún se mendiga

Ramón Rodríguez / Rafa Báez

El amor no se esconde y menos aún se mendiga. No parece necesario explicar esta frase. Tal vez sí dotarla de contenido.    

Para ello recurriré a los clásicos, pero antes una breve reflexión. Cuando alguien se enamora no tiene por qué acudir al Oráculo de Delfos, al de Amón o al Templo de Upsala. Basta con escuchar a su corazón ¡Distinto es saber si se es correspondido! Para ello demasiadas personas si acuden a sus “oráculos” particulares. Y se engañan a la par que se dejan engañar.

El amor no se esconde y menos aún se mendiga.

No voy a hablar de Nuccio Ordine y su Clásicos para la vida donde echo de menos mayor profusión de obras castellanas, si bien aparece ¡cómo no podía ser menos El Quijote! Y a esta maravilla de la literatura me voy a referir en primer lugar para arrojar luz sobre el aforismo con el que encabezo este artículo.

Miguel de Cervantes Saavedra hace que Don Quijote,  Alonso Quijano, se enamore de Dulcinea, la idealiza hasta extremos insospechados. Sin embargo, en ningún momento mendiga o esconde su amor. Este sentimiento trasciende de lo meramente terrenal para adentrarse en la universalidad del ser humano. El hidalgo caballero a pesar de no ser correspondido nunca intentará forzar la situación ni suplicar por su afecto. El amor es un sentimiento sublime que se empequeñecería hasta desaparecer si se mendigara.

Dice Don Quijote: “Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser” reconoce su derrota pero en ella va implícita la propia razón de su existencia.

En otro pasaje de esta singular aventura decide redactar una carta para su amada donde se recoge el siguiente párrafo: “… ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte, El Caballero de la Triste Figura”

El amor cuando es sincero, puro, no requiere de súplica alguna, se otorga de corazón y sin cautelas.

Esto me recuerda la archiconocida escena de La princesa prometida, dirigida por Rob Reiner, en la que el protagonista Wesley, muere, y es llevado por sus amigos ante el milagroso Max para que lo resucite. El mago no hará nada si no existe una poderosa razón para ello. Mediante una técnica de hechicería escucha el corazón del joven que indica que lo más importante por lo que se merece vivir, y por lo que él sigue deseando que sea así, es el “amor verdadero”. No existe una causa más noble.

El amor jamás debe ser posesión ni subordinación, y menos aún mendigarse o esconderse.

Gustave Flaubert recogió la historia real de Veronique Delphine Delamare para crear su Madame Bovary. En la novela Emma Bovary persigue con desesperación encontrar el amor, y no dudará en implorar por él a sus diversos amantes. El “amor verdadero”, anteriormente citado, ni se mendiga ni se esconde pues las consecuencias suelen ser catastróficas. Emma termina suicidándose, como hizo Veronique, al comprender que la belleza del amor reside en su pureza, ni se esconde ni se pide; brota espontáneamente cuando el alma lo decide y refulge para que todos seamos conscientes de ello. Si no ocurre esto es porque una de las partes está más interesada en engañar “y pillar cacho” que en comprometerse. En el libro reseñado aparece un personaje deleznable el farmacéutico de Yonville, Homais, un  burgués vanidoso y arrogante, por supuesto superficial y egoísta que le gusta escucharse a sí mismo y cuyos extensos discursos están repletos de clichés y en cuyo establecimiento se encuentra el arsénico con el que Emma se despedirá de este mundo.

Cuando preguntamos a la persona amada si nos quiere es el comienzo del final, no hace falta respuesta pues la propia cuestión planteada es absolutamente definitoria. Quien hace esto puede tener muy claro que falta amor en esa relación y que quien pregunta sabe perfectamente que la contestación es negativa, y que surge de unas dudas sentimentales que se ven afianzadas con la simple verbalización, o visualización mental, de lo preguntado.

El amor no se esconde y menos aún se mendiga.

No esconderse: cuando existe “amor verdadero” la intensidad de este sentimiento, que debe ser recíproco, es tal que es imposible ocultarlo o reprimirlo. Si esto sucediese por alguna de las dos partes resulta evidente que ahí no existe amor sino intencionalidad y manipulación.  El amor es valiente e impetuoso, sin temor a ningún tipo de juicio o a sus consecuencias y siempre se expresa con absoluta naturalidad y extroversión.  La señal de alarma saltará cuando se deba esconder o encubrir el amor, inequívocamente eso significará que algo no va, o está, bien y que la autenticidad del sentimiento es proporcional al valor real de un billete de treinta y siete euros y medio.

No mendigar: el “amor verdadero” fluye con libertad por cada uno de los poros de nuestro ser, no se pide o suplica, es genuino. El hecho de solicitar o, peor incluso, mendigar amor implica que no existe una relación bilateral equitativa y una de las personas tiene unas carencias emocionales derivadas de la actuación del otro, o la otra, que estará pensando exclusivamente en él, o en ella. Este sentimiento  no puede ser exigido o implorado, se ofrece con generosidad de forma mutua y voluntaria.

Para finalizar referirme a Soul Etspes: “El amor está en las antípodas de la dependencia implicando siempre la construcción de un universo de libertad sin sacrificios ni sacrificados”.
    El amor no se esconde y menos aún se mendiga