viernes. 19.04.2024

 

 

Hay veces en las que el giro más cruel de la vida puede dar lugar a una vocación inesperada, desatar un talento escondido y convertir al ser más débil en un auténtico genio. Viene al caso en estos mundialísticos días la anécdota de Edson Arantes Do Nascimento, llamado "Pelé" como diminutivo de Pelele, el insulto con el que su padre le despreciaba cada vez que le veía dar patadas a una naranja. O Usain Bolt, criado en un poblado sin agua. Podríamos también mencionar a  Leonardo Di Caprio, cuya infancia en una calle tomada por el crack y la prostitución nada tiene que ver con el glamour que destila cada uno de sus personajes o a Charlize Teron, una de las más afamadas actrices del mundo que con quince años presenció la muerte de su padre tras que su madre decidiese acabar con años de maltrato con los disparos de una escopeta.

 

No sabemos si Fernando Meireles -nació, segunda referencia al Mundial, el año en que su Portugal natal entraba por segunda vez en semifinales- llegará algún día a tener en el mundo del violín la fama de los mencionados. Facultades no le faltan. Y si la infancia es la patria, como decía Rilke, la bandera de Meireles no podrá ser otra que la de un taller de cuerdas, violines y púas.

 

Críado por su padre, por uno de esos giros que tiene la vida, un prestigioso luthier que comparte escenarios con Dulce Pontes -la voz más representativa del fado en la actualidad-, "Fernandito" es capaz de llenar el escenario con su sola presencia. Es la pieza central, la clave de bóveda de Realejos, una interesante apuesta por el folk que llega desde Coimbra (Portugal). Una ciudad, como la música que presentan sus paisanos en la apertura del festival "Sete sois, sete luas", con las marcadas dosis de cosmopolismo que sólo alcanzan los lugares universitarios.

 

"Fernandito", ganador de varios premios internacionales, es considerado un niño prodigio, la gran esperanza del violín. Un lujo. Llena el escenario con su melena destartalada, sus ojos de azul profundo y la inquietud propia de los doce años. Pero viéndole hablar al público, levantarlo para bailar, presentando a sus acompañantes o anunciar una tarantela, además de oirle tocar, no puede por menos que pensarse en el "ito" con el que se le presenta como una suerte de desprecio.

 

Flotaba en el ambiente de Nelson Mandela que la historia del joven violinista comenzó cuando una mujer y madre cerró una puerta para nunca más volver. Atrás quedaban un hombre, un bebé y un montón de instrumentos a modo de juguete, consuelo e inspiración. Si algún día cuaja todo lo que promete, habrá que buscar en ese desolador momento el origen del niño prodigio. El momento inicial de la historia del hijo del luthier. Del hijo, en definitiva, de la música.

 

Este sábado, turno para Lavinia Mancusi. La cita, a las 22.30 en el mismo lugar.

El "hijo de la música" pone a bailar a la Plaza Nelson Mandela