viernes. 19.04.2024

Sombras

Rubén Blades, acaso uno de los muchos “Dylans” latinos, cantaba que los desaparecidos beben agua entre los matorrales y que reviven cada vez que los trae el pensamiento. Noviembre, ese mes en el que nací, siempre ha sido una hoja del calendario llena de sombras, de interrogantes, de sospechas y dudas razonables. Empieza la mensualidad recordando a los difuntoss y termina con la noche ganando terreno al sol para dejarnos plena oscuridad a las seis y media de la tarde, con el poderoso neón recordándonos que se avecina el aniversario del hombre más importante de la historia, con sus buenas dosis de nostalgia, hipocresía y consumo.

 

Hay sombras que, de vez en cuando, nos hacen levantar en mitad de la noche o nos golpean en el cerebro para recordarnos su existencia. Todos tenemos algún lugar en la caja negra del alma en el que hemos guardado recuerdos que, como los restos bajo la alfombra, afloran de la que pisamos con cierta fuera. Hay sombras que nos son propias e individuales; el fracaso amoroso, el miedo a perder a quien nos rodea o la caricia del ausente que solo revive en sueños; corretean  en nuestro interior como una rata por los anaqueles de la voluntad. Hay sombras que nos son comunes a millones; y estas son las más enigmáticas, las más aterradoras, las más indescifrables.

 

 

Cada mediado de noviembre, les confieso que un pequeño escalofrío me recorre el cuerpo. A este país lo despiertan tres sombras que nos recuerdan que su capítulo no está cerrado. Que tenemos la obligación moral, nosotros o los que vendrán, de saber que ocurrió verdaderamente aquella maldita noche. Es la sombra de tres niñas pidiendo auxilio; la sombra de la conspiración y la sospecha razonada, de que nada o muy poco es como nos contaron. La sombra, ¿quién sabe?, de un cuarto cadáver que, tal vez, no sólo no llegó a viajar en barco sino que ni siquiera bajó la colina. La sombra  de la depravación,  las vísceras en “show time” y de la presencia de algunos hombres canos confirmada por el más célebre de nuestros forenses. La huella de un monstruo del que dicen,  consume su asquerosa vida tras su liberación aferrándose al anonimato de un monasterio. La de hombres destrozados para siempre, personal y profesionalmente.

 

La sombra de un país que despertó de su propia ensoñación en una discoteca perdida en el interior de una provincia un día 13 de noviembre de 1992 y que, meses después, nacería a la crisis, el paro masivo y las evidencias del despilfarro y la corrupción sistémica. El rastro moderno de Romasantas, Arropieros y señoritos deleznables. La sombra, repetida, en las profundidades de un río en este sur de mis quebrantos. La noche en que desaparecieron tres crías que, justo en estos meses, entrarían como yo en la cuarentena.  La teoría, cierta o no pero perenne, del Estado no como garante sino como culpable. Las horas, de aquel noviembre de los demonios, en que España perdió la inocencia. Las sombras que siempre nos acompañarán como país hasta que aparezca la luz. Por mucho que la visión de la claridad nos provoque, quizá, un insoportable dolor de ojos.

Sombras