viernes. 29.03.2024

Rascayú y la cabeza de elefante

De no haber fallecido hace 15 años, el pasado domingo Pedro Bonet Mir hubiera cumplido un siglo de vida. Como más tarde harían Chiquito de la Calzada o José Mercé, Bonet escogió el nombre de su barrio, el de San Pedro (Palma de Mallorca) para completar su apodo artístico. Fue, sobre todo, el gran cantor de Baleares. Sombras de Formentor, Bajo el Cielo de Palma o Cala D'or fueron algunos de los temas con los que cantó a su "Roqueta" durante casi ochenta años de trayectoria. Pero su canción más célebre fue Rascayú. Primero, por el éxito comercial. Segundo, porque alguna mente pensante decidió que aquel personaje que saltaba todas las noches la tapia de un cementerio para poner flores en la tumba de su amada era una parodia del general Franco.

 

A Bonet de San Pedro la censura le reservó un escarnio indecente. Tres años después de aquel éxito suyo -sospechosamente parecido a uno del cubano Alberto Villalón, que musicó la historia real de quien dormía con el cadáver de su esposa en el lecho conyugal-, tuvo que venirse muy cerca de Ceuta, a Tánger, tal vez para tomar un poco de aire. Qué ironía: en la misma ciudad y en los mismos años, un republicano convencido como Juan Valderrama compuso en esos años El emigrante. No era un homenaje a los que se iban a Alemania a buscarse la vida; era a aquellos que le habían conmovido pidiéndole que les llevara cartas a sus familias desde el exilio norteafricano. Si hablamos -lo desconozco- de los mismos censores a los que Berlanga y Bardem les colaron por la escuadra "Bienvenido Mr. Marshall", "Calle mayor" y, sobre todo, "Muerte de un ciclista", el capítulo en que los agentes del Ministerio del Tiempo se van a buscar gallaretas a los 50 está servido.

 

El mismo día en que el Duque de la Ensaimada hubiera cumplido un siglo, la imagen del Dios Ganesh entró en la Iglesia de Santa María de África. Un acto llamativo para quien sea de fuera, pero de primer curso de Ceutología. Y alguien interpretó que aquello era un sacrilegio. Y rodó una cabeza, la del vicario de Ceuta. No es tanto el que, sino las formas.

 

Porque entender que gente como Vijay Kumar, que lleva un cuarto de siglo bajo la trabajadera de La Pollinica con una estampa del Dios Ganesh  o Premi Mirchandani, costalero y padre de costaleros del Medinaceli, han querido profanar las esencias del templo principal de Ceuta es ser tan corto o retorcido como el censor de Rascayú. Que niños de siete u ocho años cantando un Padrenuestro en el camarín de Santa María de Africa sea un sacrilegio es tan fidedigno como Barack Obama  afiliándose a Ultras Sur. "El elefante". No: la deidad con forma de elefante, custodiada en calle Echegaray entre estampas de Santa María de Africa, Sidi Embarek o Janucás en miniatura. Y, sinceramente, no es ir con los tiempos. Pido a los mismos que hablan del elefante en términos despectivos que se callen la boca si al llegar la Semana Santa alguien se chotea del muñeco de madera...

 

Y no es conocer el delicado pero consolidado equilibrio entre religiones de Ceuta. Ni siquiera ir con los tiempos. No es conocer a este Papa  en particular y en general a todos los que han venido desde el Concilio Vaticano II. Esto lo firma quien no va a misa más que en actos sociales y quien, a la vista de como está el templo, tardará en volver. Porque, hasta donde yo se, la Iglesia lo que predica es el entendimiento entre personas y religiones, acercar a los hombres a la palabra y los sacramentos aunque algunos puedan ser, incluso, transexuales. Lo que viene siendo el Amor Fraterno...

Rascayú y la cabeza de elefante